¿Dónde está Igor?

Desde un primer viaje a Nueva York, antes que las Torres Gemelas cayeran, he tenido la mala suerte de estar presente en los trágicos momentos de esta ciudad y visto como sus ciudadanos los han sabido capotear. Este nuevo ataque pondrá a prueba su resiliencia. Comenzando con el 11 de setiembre, el huracán Sandy, hasta el virus gordo e invisible que está paralizando a esta ciudad que se jactaba de no dormir. Ataques que llegaron de tres diferentes enemigos: el terrorismo, el calentamiento global y la pandemia. Ninguno ha sido solucionado aún. A todos los sorprendieron desprevenidos, con la guardia baja.

La pandemia ha cambiado las prioridades. Ahora solo procuras evitar el contagio. Sabes que si el virus atacará tu sistema inmune y lo primero que vas a recordar es esa canción en México 70 que decía «con Rubiños en el arco la defensa es colosal»; y es probable que nada ocurra, pero el miedo te va a paralizar.

Estar encerrado no está tan mal si te proyectas con optimismo y usas algo de psicología. «Siempre puede ser peor» es la lección que aprendí tiempo atrás en una caminata —aunque esa es otra historia—. Puedes usar esta metáfora para sentirte mejor: piensa que estás en una sala de emergencia, los pulmones que succionan el poco aire que se filtra, el pulsioxímetro monitorea la mínima saturación; luego pestañeas y descubres que estás a salvo en tu casa, sano y encerrado, ajeno al caos de los hospitales, y pensarás en la suerte que tienes.

De igual manera es importante como manejas las expectativas. Recuerdo haberme servido de ello cuando describía algunos de los hospedajes básicos usados por algunas compañías en Ollantaytambo: «Es un hotel muy pequeño, pero van a tener un colchón limpio y sin bichos; también agua caliente, aunque esta se enfría rápido; es limpio y sin olor a desinfectante; el desayuno es okay dependiendo de quien esté de turno». Eran mis descripciones del hospedaje un día antes a una extensa caminata, donde dormías en carpas. Cuando los turistas llegaban casi siempre me daban comentarios favorables de sus hospedajes, y críticas del porqué había sido tan negativo.

No va a ser un año, ni seis meses. A lo sumo serán cuarenta y cinco días los que vas a estar encerrado. Yo también estoy encerrado en mi apartamento en Brooklyn. Confío estar sano a pesar de haber usado extensamente el metro en su máxima capacidad para llegar a distintos barrios y sacar a caminar perros —me recuerda el bus naranja, el Covida (COVID-19), que a los diecinueve años me trasportaba mientras sonaba en la radio la salsa Entren que caben cien—. No tengo síntomas, aunque sé que es muy temprano para declarar victoria. Ya habrá oportunidad para recuperarse económicamente y todos tendremos historias que contar.

Por ahora tengo un problema secundario. Vivo en un edificio construido en 1916, está en buenas condiciones, aunque ahora apareció una gotera. Esta sale de la calefacción de los vecinos de arriba, una rusa y su hija adolescente. En la actual crisis sanitaria, con la prioridad de salvar vidas, es ridículo pretender que me atiendan de inmediato y envíen a un plomero. La solución no es fácil. Hay que romper el techo y encontrar la válvula estropeada. Después de comprar el balde más grande que encontré, escribo esto escuchando el goteo.

Hace un año atrás, cuando me mudé, comencé a recibir correspondencia del inquilino anterior, otro ruso —es un barrio ruso en donde vivo—. Como pensé que vendría a reclamarla empecé a guardarla. A pocos días de haberme mudado tocaron mi puerta, eran unos detectives del NYPD. Me preguntaron por Igor, les dije que desconocía su paradero y que yo era el nuevo inquilino peruano. Se fueron sin contestarme qué hacer con la correspondencia. Al parecer Igor había cometido alguna estafa y había desaparecido, camuflado entre los millones de habitantes. Mientras las cartas, cobranzas y facturas impagas se acumulaban, yo especulaba donde estaría Igor.

Esteban llegó de visita a Nueva York. Él es alguien a quien conozco desde la juventud, pero no su ascendencia húngara. A pie le mostré la ciudad. Nunca me gustó tomar solo. Esa noche se quedó y la aprovechamos para tomar varios chilcanos de pisco. Esas son oportunidades siempre bienvenidas para reír en una ciudad con escasos conocidos. Le comenté sobre Igor, y me dijo entre chacota que había dos posibilidades, una, que sea un matón gigante y peligroso o alguien con cara de ratón que le lleva los libros a la mafia. Reímos a carcajadas.

Hace dos días alguien tocó la puerta y al preguntar, con voz imperceptible respondió «soy Igor, el inquilino anterior». No pudo haber escogido un peor momento: en plena crisis del Coronavirus. Abrí cauteloso y me encontré con el estereotipo de matón: rudo, lleno de anillos y baratijas posiblemente sin valor alguno. Venía por su correspondencia. Le dejé saber que lo estaba esperando y le pedí que permaneciese afuera mientras yo iba a buscarla. Tuve la urgencia de pedirle una identificación y me mostró su ID. Le entregué un voluminoso paquete y se le encendió el rostro de felicidad, y si no lo contengo me hubiera dado un emocionado abrazo. Me pidió mi número de teléfono, pero se lo negué, y me dejó el suyo para que le avisase cuando algo le llegase.

Ahora soy el depositario de la correspondencia de un mafioso que ha cometido crímenes los cuales ignoro. Me estrechó la mano. A pesar de las recomendaciones en tiempos del virus, ambos las apretamos y sellamos una efímera amistad.

José Ugarte

Jose Antonio

Corrector editorial, dedicado al cuidado de edición de obras literarias, de ficción y no ficción, con más de diez años de experiencia. Peruano, Limeño, desde 1976. Mis clientes, autores, escritores y novelistas hispanohablantes, reciben en distintas partes el mundo, y han confiado en mi trabajo para el cuidado de sus obras. He compartido algunos de sus testimonios en mi sitio web.

Esta entrada tiene un comentario

  1. Rodrigo

    Buenos días. El relato me impresionó debido al ritmo del texto y al orden de los sucesos, más aún en los tiempos en que estámos viviendo. Semanas o meses que tendremos que sobrevivir a como de lugar. Esta pandemia no nos vencerá. Me agradó mucho el cuento. Se percibió real. Saludos cordiales.

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