
Después de 50 años desde su publicación (1970) Un mundo para Julius sigue vigente. No solo por su contenido social, sino porque en octubre de 2019 se anunció el rodaje de su adaptación cinematográfica, cuyo estreno se promete para el 2020. Un mundo para Julius es, como dice su autor, «una novela llena de humor, ternura e ironía».
El estilo único con el que Bryce produjo su opera prima convierten en un verdadero reto tanto su adaptación a guion cinematográfico como su dirección, las que está a cargo de Rossana Díaz Costa (Viaje a Tombuctú, 2013). El estreno para el cine y la televisión española está previsto para hacerlo coincidir con los 50 años de la novela.
La obra se considera un duro retrato de las clases altas del Perú. Sin embargo, no fue esa la intención del autor quien se abocó a contar una historia donde pudiera mostrarlas desde dentro, con sus virtudes y defectos. Ya en Huerto cerrado (libro de cuentos, 1970) Bryce se había encargado de contar todo sobre la burguesía media.
«Mi novela se integrará en la actual corriente de la novela urbana» —comenta Bryce en una entrevista para el artículo Humores y malhumores, Lima 1975, p. 99—. Con esta declaración Bryce une su obra a la de Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, entre otros, a la narrativa peruana del siglo xx cuando surge el realismo urbano en los años 50. Dicha corriente describe los cambios de la sociedad peruana en todos los aspectos, siendo el más visible la creciente migración interna que modificó rápidamente el paisaje urbano de la capital.
Volver a Julius es cerrar un círculo inconcluso, ese que dejamos en la infancia cuando nos era una lectura obligatoria en el colegio. Llegamos a la última página y nos sentimos como el mismo personaje de Julius: con muchas preguntas en el aire, y obligado a comprender un mundo que aún no es el nuestro. Décadas después desde una nueva perspectiva nos vemos confrontados con nuestro Julius interior y nos devuelve el reflejo adulto de su historia, de su mundo. La narración de Bryce sigue tan vigente que es difícil no reconocerse, para bien o para mal, con casi todos sus personajes e identificar su lugar en los marcados extremos de la sociedad limeña.
La crítica literaria subrayó el hecho de que Bryce retrata el mundo de la oligarquía limeña, que hasta ese momento había tenido una presencia marginal en la narrativa peruana. Bryce podía retratar con solvencia a dicha clase social porque la conocía; había nacido en 1939 en el seno de una familia de la alta burguesía limeña.
La historia se intuye en una Lima en los años 50, pero la temporalidad en Julius es irrelevante frente a lo espacial: La Molina, Monterrico, San Isidro, la Victoria, Boston, Londres, Plaza de Acho, Club el Golf, etcétera. Lo que si se da cuenta es el marcado paso de una era a otra, de una etapa familiar a una nueva, cuando la familia cambia de un tradicional entorno palaciego, oscuro, solemne, clásico y antiguo a otro mundo con una vista diáfana hacia la modernidad.
El estilo narrativo empleado por Bryce es el estilo directo libre con el cual las palabras de los personajes son introducidas tal como fueron pronunciadas, sin ninguna marca ortotipográfica ni verbos declarativos que introduzcan el parlamento; los discursos de los personajes se filtran en la narración sin ninguna mediación. Este recurso directo libre reproduce situaciones de la oralidad cotidiana, también es empleado para transmitir los pensamientos de los personajes. En Julius la narración viaja sin tropiezos. La voz del narrador es transformada en una caja de velocidades en la que gradualmente el ritmo de la narración cambia de celeridad, por momentos vertiginosa, transportada dinámicamente a través de múltiples perspectivas: desde la dimensión omnisciente de la tercera persona, saltando a la voz reflexiva de la segunda persona, seguida por el monólogo interior, hasta ceder el discurso directo a alguno de los personajes.
El lector queda atrapado en medio de un versátil cambio de puntos de vista. Se genera una complicidad cuando se le incorpora al lector introduciéndolo en la ficción como oyente implícito. El narrador intercala el papel de observador-comentador imprimiendo el carácter de monólogo con ausencia de diálogos —estos están incorporados en ese múltiple discurso del narrador—.
Un mundo para Julius está construida en cinco capítulos que avanzan en orden cronológico: «El palacio original»; «El colegio»; «Country Club»; «Los grandes» y «Retornos»— narrando seis años de la vida de Julius, el hijo menor de una familia de la élite social y económica limeña.
Los episodios caminan sobre la caprichosa línea que dibuja la vida al estilo Susan-Juan Lucas: cócteles a diario; tardes de juego y almuerzos en el Golf; reuniones de negocio con los socios golfistas; los necesarios viajes a Europa; españolísimas tardes taurinas en Acho, las mañanas, tardes y noches de gin-tonic; la misteriosa —para los señores de la casa— rutina diaria del personal del palacio y la urgente coca-cola de Susan. Dichos sucesos nos muestran el desenvolvimiento de la familia, pero la presencia de Julius se mantiene de manera alternante, sosteniendo diálogos internos, monólogos y conversaciones ausentes con la fotografía de su hermana.
Los personajes están divididos en los de arriba y los de abajo; Julius es el enlace entre esos dos mundos. Los de arriba buscan relacionarse lo menos posible con los de abajo, «el niño ignora la barrera que los separa y transita con libertad entre uno y otro sector» —apunta Garayar (escritor peruano). Bryce ha dicho sobre el personaje de Julius: «(…) antes que inteligente, es sensible».
Julius, vínculo con el lector, y la cámara que nos muestra su paisaje social, es a su vez la única mirada humana —la frivolidad y narcisismo de los de su clase los despoja de sentimientos— que en su soledad —en medio de tanta opulencia— busca entender lo que nadie es capaz de explicarle. La vida lo ha colocado en una situación donde todo contribuye para hacer de Julius un niño huérfano en busca de acogida: su padre murió cuando el tenía año y medio; su hermana y mentora, —de quien ha heredado su sensibilidad por los de abajo— también muere; la distancia etaria entre sus hermanos es tan abismal como su distancia afectiva; Susan, tan linda, tan buena, le brinda una maternidad remota, mecánica e insuficiente —al regresar Susan de viaje «besó a Julius y le dijo que lo había extrañado muchísimo (…) al terminar de decirle que lo había extrañado muchísimo, se dio cuenta de que ni siquiera había pensado en él y que no había sentido nada al decirle que lo había extrañado muchísimo.»—; Juan Lucas, su padrastro, apenas lo tolera y hasta lo desprecia por momentos —por su sensiblería y su «cara de cojudo»—. Y, sin embargo, Julius es el único personaje que evoluciona —lo hace desde la inocencia a la comprensión—.
De manera instintiva desarrolla una simpatía por quienes más frecuenta: los criados de la casa-palacio, mientras más los conoce, más curiosidad y atracción siente por ellos. De manera consciente desarrolla un rechazo por las prácticas de los de su misma clase social, pero por su edad no puede luchar contra esa realidad; pero a la vez, inocentemente juega a los indios y vaqueros en la carroza del bisabuelo presidente, disparando balas imaginarias a los criados, ignorando el significado del vehículo: símbolo del linaje familiar.
Así como la narración logra internalizar en la mente de Julius también logramos imaginárnoslo físicamente a partir de breves rasgos físicos: es orejón, sus manos pegadas a los costados y las puntas de los pies bien separadas; y por supuesto, descubrir su personalidad desde la perspectiva de otros personajes: «(…) Julius es un niño volcado sobre sí mismo y de carácter más bien reflexivo (…)», así como sus actitudes hacia algunas situaciones: bosteza, se duerme, se queda con la boca abierta, etcétera.
La construcción de los demás personajes se basa en el uso recurrente de frases, gestualidades —situaciones— propias y únicas. Bryce dice al respecto: «(…) caracterizarlos por repeticiones, por frases que solo ellos podrían decir, palabras [gestos y lugares] que son ellos, sin las cuales no serían ellos (…)».
Juan Lucas, el golf, el vaso de licor en la mano, el club, la terraza, «Juan Lucas dibujó un a-la-mierda finísimo con un ligero movimiento de la mano y una arruga nueva en la cara»; Susan, «Darling…», siempre linda, el mechón de su cabello —rubio—, la coca-cola con hielo en la mano, siempre en las nubes, amorosa pero no tanto, su desayuno en la cama a las 11.00 a. m.; Bobby, las groserías, el maltrato a los criados, el ímpetu, los autos, la ira, el licor; Santiago, el émulo —el heredero—, el favorito de Juan Lucas, actitudes medidas y calculadas; la tía Susana, horrible, chismosa, cucufata, consejera-envidiosa; Juancito Lastarria (esposo de la tía Susana), arribista, arrastrado social, hueleculo de Juan Lucas, envidioso, infeliz, obsesionado por ser «un Juan Lucas»; el grupo homogéneo, en su aparente diversidad, de los sirvientes, muy feos (salvo Vilma, la primera ama de Julius y cuyo trabajo es arropar al protagonista, «en verdad esta guapa la chola, esta para interpretar en una mejicana de esas del cine» —piensa Susan—, pobres, gritones, acriollados, chismosos, sobones, resentidos, abnegados, sufridos, «su sector de la casa no huele delicioso, mami», sin buen gusto, todos comparten su gran cariño por el único miembro de la familia que los conoce y entiende: Julius.
Como da cuenta Carlos Garayar, escritor y prologuista en la edición 2018 de Un mundo para Julius: «[Bryce] deja patente que sus personajes son fundamentalmente creaciones verbales y existen solo en la medida en que el narrador los moldea con palabras». Del mismo modo los personajes esporádicos son identificados por sus frases, gestos y entornos recurrentes: los toros, el restaurante del Golf, los campos de golf, los cócteles y, por sobre todo, todos admiran y envidian —y desean— a Susan; todos quieren ser Juan Lucas.
Los demás aspectos y detalles que tradicionalmente contextualizan a los personajes quedan ausentes. No se conoce el apellido de muchos de los personajes ni su pasado histórico, se mencionan algunas de las propiedades y algunos de los negocios, sin embargo, a Juan Lucas no se le representa trabajando. La relación entre Susan y Juan Lucas es de tipo social, el amor no es algo que ocupe alguna mención importante. Son opuestos. Ella muestra su preferencia por lo clásico y tradicional, los muebles antiguos, prefiere las costumbres inglesas y detesta el acento norteamericano; Juan Lucas muestra su preferencia por el funcionalismo, la iluminación arquitectónica y su inclinación por lo norteamericano.
Los personajes de Susan, Juan Lucas, Santiago y Bobby cultivan los «valores» de la riqueza, la elegancia y las relaciones sociales. No toman nada muy en serio; ningún problema debe perturbar sus vidas ni ponerles freno a sus aspiraciones. Todo se soluciona con un vaso de whisky en la mano, una tarde golf, un paseo por Europa, un auto nuevo para los chicos, una noche de putas, un cheque que haga olvidar un robo de «menor cuantía», una aventura con una extranjera muy rubia y muy buena para ahogar el estrés, una coca-cola helada o una pastilla para dormir.
Bryce, sobre su novela, concluye: «Por eso creo que he logrado una novela que ve desde adentro este mundo. Lo ve desde adentro, lo trata desde adentro».